CANNABIS: SU HISTORIA DE MITOS Y PREJUICIOS

¿El renacimiento de una medicina milenaria?

 

  • El uso médico del cannabis data de cientos de miles de años, con registros en los libros Vedas, que dan base al ayurveda, y los primeros registros de la medicina tradicional China, del 1,000 al 4,000 aC 


  • Las primeras investigaciones sobre cannabis medicinal las realizaron el médico e investigador irlandés William Brooke O’Shaughnessy en 1839, al utilizar la resina del cáñamo para elaborar píldoras para tratar el cólera, convulsiones infantiles y el tétanos.  


  • En 2013, Uruguay se convirtió en el primer país del mundo en legalizar el cannabis tanto para fines médicos como no médicos, posteriormente Canadá se sumó a la lista en 2018; existen más de 30 países que han establecido marcos regulatorios única y exclusivamente para el uso médico de esta planta. 

 

 

En los últimos 100 años, hemos vivido en una era prohibicionista del cannabis, lo que ha generado un sinnúmero de mitos y falsas concepciones sobre esta planta milenaria. Hoy nos encontramos frente a un renacimiento del uso medicinal de la marihuana; sin embargo, a través de los siglos hay numerosos informes sobre las propiedades antiinflamatorias, antisépticas y anticonvulsivas, entre otros beneficios terapéuticos, de esta planta ancestral. Desde la medicina ayurveda y los registros en los Vedas, a los conocimientos de la medicina tradicional China, reconocer la historia del cannabis arroja luz para su comprensión y recuerda lo imperante de continuar con la investigación médica necesaria para poder mejorar la calidad de vida de miles de personas que se podrían beneficiar por el uso del cannabis.  

Antes de comenzar, es importante hacer una revisión general: el cannabis es una planta de tamaño medio a alto, recta, de floración anual; es originaria de Asia Central, al parecer cerca de las montañas de Altái, donde hoy en día los países de Mongolia, Kazajistán y Siberia se encuentran con el sur de Asia, cerca del Himalaya. Es una planta dioica, es decir, que hay plantas masculinas y femeninas. Pertenece a la familia de las Cannabáceas, al género Cannabis sativa L y contiene más de 500 compuestos químicos. Tanto la planta de cáñamo (en inglés conocida como ‘hemp’), como la planta de marihuana (cannabis), pertenecen al género Cannabis sativa L; es decir, que son plantas hermanas, pero se diferencian en tres aspectos fundamentales: 

  1. Fenotipo: la forma en que vemos a la planta. El cáñamo se caracteriza por su tallo alto y flor pequeña, mientras que la marihuana, por el contrario, es de tallo corto y flor grande. 
  2. Concentración de cannabinoides: el cáñamo contiene bajas concentraciones de delta-9-tetrahidrocannabinol (THC); en cambio, la marihuana contiene tradicionalmente flores con altas concentraciones de THC y más recientemente se han desarrollado cultivares con altas concentraciones de cannabidiol (CBD).
  3. Usos: el cáñamo tiene variedad de usos comerciales e industriales tales como fibra, textil, papel, construcción, semillas, fuente de omega-3 y omega-6, entre otros. Por su parte, la marihuana o cannabis se ha utilizado tanto para fines médicos como de uso adulto (“recreativos”). 

 

Los primeros registros que se tienen de la planta de cannabis datan del 1,000 al 4,000 aC en Asia Central, China, Japón e India, ya lo largo de más de 5,000 años ha viajado por todo el mundo con diferentes finalidades, algunas de ellas para la elaboración de prendas de vestir, cuerdas, papel y para hacer aceites y alimentos. Posteriormente, en el 1,550 aC, en Egipto se crea el Papiro Ebers , un texto que contiene más de 700 fórmulas médicas y remedios caseros, muchos de los cuales involucran al cannabis.

Para el 700 a.C., en la India, el Atharva-Veda, un texto sagrado del hinduismo,  menciona al bhanga (cannabis), como una de las cinco plantas sagradas que alivian la ansiedad. Mientras que en el 100 a.C., en China, la farmacopea (Pen Ts’ao) documenta el primer uso del cáñamo como fuente de fibra y alimento, para fines medicinales y en algunos rituales. [1]

Las primeras referencias del cannabis medicinal en Occidente mencionan al médico e investigador irlandés William Brooke O’Shaughnessy como su precursor en el año 1839. [2] En su viaje por la India, aprendió el uso del cáñamo, preparó extractos de la resina y la convirtió en píldoras que las disolvió en alcohol para producir una tintura, con la que experimentó en animales. Convencido de su eficacia, comenzó a usarla en humanos para el cólera, las convulsiones infantiles e incluso el tétanos. [3] Por su parte,  el farmacéutico milanés Carlo Erba intentó sin éxito aislar los principios activos de la planta; posteriormente en 1849 puso en marcha un laboratorio para el comercio de formulaciones galénicas de cannabis, anteriormente probado contra la migraña, náuseas y artritis. Tales preparativos tuvieron un gran éxito y lograron promover actividad empresarial del farmacéutico. [4]

En 1851, el cannabis se introdujo por primera vez en la tercera edición de la farmacopea de los Estados Unidos de América (EEUU), donde se reconocían sus efectos analgésicos y de inducción del sueño. [5] A finales del siglo XIX, el uso del cannabis disminuyó debido a diferentes factores; uno de ellos fue que, tras el desarrollo de la jeringa, se notó que el aceite del cáñamo no era soluble en agua, lo que abrió las puertas a los opioides. [6]

En 1937, el congreso estadounidense, en contra del consejo de la Asociación Médica Americana, publica el “Marijuana Tax Act” [7], que implicaba el pago de $1 USD por cada onza (28.35 g) cuando su uso tenía fines medicinales o industriales, y $100  USD cuando era para otros fines; esta ley del impuesto sobre la marihuana hizo que fuera costosa y difícil de obtener. [8] Más tarde, en 1941, se removió al cannabis de la farmacopea de los EEUU y en 1960, la Ley de Sustancias Controladas del Congreso le otorgó la clasificación 1 (estatus dado a una droga o sustancia con alto potencial de abuso).

 

 

A pesar de todas las restricciones políticas y regulatorias, en 1964 el THC fue aislado por un equipo de científicos liderado por el Profesor Raphael Mechoulam (conocido como el padre de la investigación del cannabis) y Yechiel Gaoni. En años más recientes, en los 90’s se describen los principales componentes del sistema endocannabinoide por diversos grupos de investigadores en Israel y EEUU. 

Poco a poco se fue reintroduciendo y aceptando nuevamente al cannabis en diversos marcos jurídicos y en 2013, Uruguay se convierte en el primer país del mundo que legaliza la marihuana (para fines medicinales y no medicinales), estableciendo un mercado legalmente regulado. A partir de este, otros países comienzan a considerar avances en marcos regulatorios, como Canadá, que se sumó a la lista en 2018,  y posteriormente, más de 30 países que han aprobado el uso del cannabis únicamente para fines medicinales y que comercializan productos por una vía legal y segura como Colombia, Perú y Argentina, en el caso específico de Latinoamérica.  Por su parte, en EEUU el uso del cannabis continúa siendo ilegal desde el punto de vista federal, pero cada estado ha tomado decisiones independientes; tal es el caso de California, Colorado, Washington, entre otros, que han aprobado el uso del cannabis para fines medicinales y uso adulto, mientras que otros estados sólo lo permiten para fines médicos y algunos otros ni siquiera lo tienen contemplado. 

El 3 de diciembre de 2020, siguiendo algunas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, la Comisión de Estupefacientes de la ONU reclasificó la planta del cannabis al eliminarla de la Lista IV de la Convención Única de Estupefacientes de 1961 (espacio reservado para las sustancias más perjudiciales y sin potencial médico reconocido), admitiendo de manera oficial sus efectos terapéuticos y abriendo aún más la posibilidad de que otros países regulen de forma diferente sus usos y aplicaciones. 

Conocer los acontecimientos y sucesos relacionados con el cannabis, una planta que indudablemente ha marcado a la humanidad a lo largo de su historia y en diferentes culturas, nos permite retomarla con una conciencia más amplia, reconociendo la importancia de la investigación clínica para aprender más sobre su eficacia y seguridad y, de esta forma, poder impactar de manera positiva y significativa en la vida de millas de personas a nivel mundial.